Edgar Plans, In my Coffee time

El tiempo es materia prima inexcusable en este sistema de súper producción tecno- capitalista que nos atrapa. El mundo está diseñado de tal manera que cualquier momento de asueto, por humilde que éste sea, pese como plomo sobre nuestras conciencias. De lo que se trata es de producir sin límite, generar interés y riqueza. De lo contrario, la máquina se estropea. Kaput. Lo que podría venir a significar claudicar, desparecer, morir… Convertirse en Nada… Pero, NO. Por mucho que la realidad trate de inocular la hiperactividad “útil” en nuestro ADN, lo cierto es que parar es crucial para el aparataje ya no industrial sino humano. El suspenso de la actividad productiva, ese lapso de tiempo muerto en el que el artista da un paso atrás y toma distancia de su obra para observar con calma lo ya hecho y reflexionar sobre algún posible cambio (o no) es vital para no caer en una dinámica de elaboración de objetos a mansalva absolutamente vacíos de contenido. Son estos momentos cuando el café lo pone todo en perspectiva.

Creadores de toda índole han utilizado este negro brebaje, tan mítico como misterioso, como sustancia visionaria en esos ratos de nihilismo suicida que supone el cese de toda actividad proyectiva de nuestra mente. La Ilustración y el siglo XIX lo vinieron a constatar como elixir iniciático, social y romántico. Alrededor de la oscura bebida, se crearon sociedades y clubs que tenían la creatividad y la expansión cultural como fin último. El ritual es aparentemente sencillo, sólo se requiere predisposición a la calma y entrega total al disfrute.

Edgar Plans es uno de esos grandes iniciados. Cafetero a ultranza, en la soledad de su estudio, cuando la situación lo requiere (ya sea por cansancio, por colapso mental o por simple placer), hace que el tiempo para la producción se detenga y se convierte en el maestro de ceremonias de su propio reposo. La preparación de la pócima mágica se ha convertido en rutina. El café se ha hecho compañero inseparable y confidente esencial. Silencio. Coffee times. Es ahora, en este momento de interrupción productiva, cuando afloran lo que serán los motivos principales de sus obras. Reflexiones sobre el proceso de la propia obra, las lecturas, la música, los recuerdos de vivencias personales, el mundo del deporte, el street art, el cómic, los videojuegos, la familia, el medioambiente y demás pensamientos (siempre conectados con el deseo de inventar un mundo mucho más agradable y más ético del que nos ha tocado vivir) se hilan y dotan de sentido su universo creativo. El café, y sobre todo, la atmósfera que se crea al consumirlo son para Edgar catalizadores, conductores y desarrolladores de ideas.

En estos instantes de revelación es muy habitual que emerjan en sus bocetos (muchos de ellos luego materializados en obra de gran tamaño) los nombres que más inspiraron al artista desde niño. El trabajo de Plans es esencialmente autobiográfico, muy marcado por la profunda impronta que le dejó su padre (siempre presente), el escritor y guionista Juan José Plans, brillante especialista en literatura fantástica, ciencia ficción y terror. Así no es extraño vislumbrar, tanto en pequeñas obras sobre papel como en los grandes lienzos, ecos de Bram Stoker, Verne, Allan Poe o Ray Bradbury entre otros muchos genios del género que Edgar sigue revisitando en estos intervalos de falsa inactividad con un lápiz en una mano y una taza del estimulante líquido en la otra.

La culturilla de estética callejera de los ochenta y el universo Arcade que vivió en los primeros años de su infancia, las series de televisión de esta época, y luego, el consumo (ya de forma más consciente) de cultura popular y underground en toda la década de los noventa y primeros años dos mil también se asoman y se asumen como material altamente susceptible de ser revisado e incorporado en su bestiario. Motivos para la reflexión y el estudio también los encuentra en realidades iconográficas y éticas mucho más recientes: su hija Olivia, todavía muy ñiña, pero ya con un ojo y una actitud extremadamente sensibles ante el arte y la vida, es el acicate primordial que le mantiene alerta de lo que va viniendo. Aquí es indispensable un break, una toma de tierra desde el propio ego, hay que parar y preguntarse: ¿Qué estamos haciendo? …Y, ¿para qué?

Cesar la actividad, tomar distancia, abstraerse del trabajo, vagar en la pura contemplación, reflexionar desde la calma… no es inútil, es proyecto.

Texto de Juan Llano Borbolla

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